Por: Cultura Sistema
Ninguna tecnología va a salvarnos milagrosamente del colapso medioambiental que hemos provocado. Y menos aún si ese desarrollo tecnológico se impulsa bajo las lógicas del mercado, el transhumanismo, la eugenesia o los delirios de colonización interplanetaria. Por mucho que los avances científicos y técnicos sean imprescindibles, no bastan: lo que se necesita es una transformación colectiva, no un simple cambio individual.
Cada vez se escucha con más fuerza un reclamo común: necesitamos un cambio cultural profundo. Y no nos referimos a consumir menos plástico o reciclar más, sino a transformar los valores, narrativas y estructuras mentales con los que construimos nuestra realidad socioeconómica. En este contexto, nos preguntamos: ¿puede la investigación en cultura ayudarnos a comprender y acelerar los cambios hacia la sostenibilidad?
Desde hace décadas, disciplinas como la antropología, los estudios culturales o la sociología de la cultura han explorado cómo las grandes transformaciones históricas y tecnológicas —la era postindustrial, la irrupción de internet, etc.— han reconfigurado profundamente nuestras vidas. Sin embargo, a pesar de este bagaje, las ciencias culturales siguen estando ausentes en muchos de los espacios donde se construye conocimiento sobre sostenibilidad.
Hoy, el campo de la sostenibilidad se presenta como un terreno transdisciplinar, en el que convergen saberes técnicos y sociales: ciencias políticas, gestión, economía, sociología de la ciencia… Pero, paradójicamente, los estudios culturales no suelen figurar en este panorama, a pesar de ser clave para comprender los cambios de sentido, valores y representaciones necesarios para enfrentar la crisis ecológica.
Por otro lado, en el ámbito artístico y cultural existe una contradicción llamativa. Por un lado, encontramos propuestas que afirman —y con razón— el enorme potencial crítico y transformador del arte frente a temas urgentes: sostenibilidad, género, diálogo intercultural, crisis democrática, luchas por el poder… Pero, por otro lado, existe un rechazo a generar evidencias sobre cómo esas prácticas inciden realmente en la sociedad.
Este vacío es importante. Porque sin criterios que nos permitan evaluar el impacto de lo cultural, será difícil que las artes y la cultura adquieran el estatus científico y estratégico necesario para dialogar de tú a tú con los enfoques técnicos y políticos dominantes en la agenda de la sostenibilidad.
En definitiva, necesitamos situar la cultura en el centro de los debates y prácticas sobre sostenibilidad. No como un añadido simbólico, sino como un motor fundamental de cambio social. Y para ello, urge desarrollar lenguajes, métodos y prototipos que nos permitan mostrar —con claridad, sin complejos— cómo las prácticas culturales transforman el mundo que habitamos.
"I used to think that top environmental problems were biodiversity loss, ecosystem collapse and climate change. I thought that thirty years of good science could address these problems. I was wrong. The top environmental problems are selfishness, greed and apathy, and to deal with these we need a cultural and spiritual transformation."
Gustav Speth, alto consejero para el PNUD y el gobierno de Estados Unidos en asuntos ambientales y cambio climático.
Fuente: David Crockett en el Huffington Post, agosto 2 de 2014.