Por: Cultura Sistema
Una de las razones por las que la cultura sigue siendo una gran ausente en las estrategias de transición sostenible es, sencillamente, porque es difícil de definir. La cultura es quizás la dimensión más compleja de lo humano, y eso hace que pensarla desde métodos científicos resulte ambicioso, incluso arriesgado.
Y sin embargo, la pregunta es inevitable:
¿Cuál es el papel de la dimensión cultural —las artes, la estética, el diseño, el patrimonio— en la transición hacia un modelo verdaderamente sostenible?
Con la cultura pasa algo curioso: todxs sentimos que sabemos explicarla, pero cuando llega el momento de definirla, el terreno se vuelve resbaladizo. Los ciudadanos, los medios, los políticos, lxs líderes sociales… todos la usan, pero nadie la delimita. Incluso entre quienes se dedican a estudiarla profesionalmente —sociólogxs, antropólogxs, politólogxs— no hay una definición unificada.
La cultura está en todas partes… pero al mismo tiempo, parece que no está en ninguna. Está tan incrustada en nuestras formas de vida que no nos detenemos a nombrarla, analizarla, valorarla. Y así, aunque reclamamos con fuerza un "cambio cultural" como condición básica para enfrentar la crisis medioambiental, la cultura sigue sin aparecer con claridad en las estrategias oficiales de transición ecológica. No está en los documentos clave, no está en los presupuestos, no está en las mesas de decisión.
Este es un problema pegajoso tanto para las instituciones como para los agentes culturales. Por un lado, las políticas de sostenibilidad no saben cómo incluir la cultura como dimensión estratégica. Por otro lado, muchos artistas, gestores y profesionales culturales —aunque creen con convicción en el poder transformador del arte— no se atreven a reclamar un papel estructural en las estrategias territoriales de innovación sostenible.
Pocas veces las instituciones culturales se ven a sí mismas como actores clave en los procesos de cambio. Y rara vez los espacios artísticos se reconocen como espacios de aprendizaje social o de experimentación con nuevos valores, aunque en la práctica lo sean.
La educación se presenta a menudo como el canal privilegiado para fomentar la sostenibilidad. Y, sin duda, lo es. Pero como bien advierte el experto Antonio Turiel, el problema es que los cambios culturales por esa vía pueden tomar generaciones… y lo que no tenemos es tiempo.
Entonces, volvamos a la pregunta crucial:
¿Qué puede hacer la investigación en cultura para acelerar los cambios sostenibles, sin los cuales la humanidad se enfrenta a un futuro ambientalmente inviable?
Tal vez lo primero sea dejar de tratar la cultura como un mero acompañamiento simbólico, y empezar a reconocerla como una infraestructura invisible pero poderosa, que moldea los imaginarios, las decisiones y las formas de vida. Eso implica repensar el rol de las instituciones culturales, activar herramientas de evaluación, y dotarnos de lenguajes comunes que permitan hacer visible lo que el arte y la cultura ya están transformando.
Porque sin cultura no hay transición. Y sin transición, no hay futuro.